sábado, 10 de agosto de 2013

Así sueñan las princesas...


Yo crecí dentro de cierta religión. Se me enseñó que era una princesa, hija de Dios, un rey, un DIOS y que mis aspiraciones debían concordar con lo que el, mi Padre quería para mi. Por muchos años de mi vida, ésta giró alrededor de la iglesia, los amigos de la iglesia, mi devota familia a la iglesia. No tuve nunca contacto con alcohol, cigarros, sexo, relaciones familiares destruidas. Todo era paz y alegría. Hasta que crecí y me convertí en adulta.

Una de las cosas que mas se inculcaron en mi fue la familia. Que el propósito último de ésta vida es formar una familia con un hombre digno, siendo yo una mujer virtuosa y tener hijos a quienes enseñar el camino correcto a una vida recta y como recompensa se vendría una vida eterna maravillosa. Entonces el hecho de encontrar un compañero eterno y mantenerse digna para el, es de los discursos que escuché repetidamente por años durante mi adolescencia y adultez. 

Recuerdo haber escrito una lista de las cualidades que quería en un futuro esposo. La lista se hizo tan grande como que si hubiera estado describiendo a un hombre perfecto. Quería un hombre que fuera leal, trabajador, religioso, que amara a Dios, quisiera hijos, fiel, no dijera mentiras, que pusiera a su familia en primer plano, que tuviera una carrera exitosa, un negocio propio, que no fuera tacaño, que fuera amable y generoso, que tuviera carácter mas fuera sensible, que pudiera hacer muchas cosas en la casa, que fuera divertido y no un machista... etc... Estas son las que recuerdo ahora. Seguro eran mas.

Algo dentro de mí puso la idea de "que mas hay allá afuera", "toda al vida crecí en una burbuja pero quisiera saber que estuve evitando" y conocí a las personas correctas, pero correctas para alimentar las ideas con las que estaba luchando. 

Y crecí. Me convertí en una adulta. Empecé a notar que la gente me notaba mucho. Resulté linda, con curvas atractivas... Inteligente. Los hombres me buscaban. Mucho. Me rompieron el corazón, por virgen. Se burlaban de mi y no hacía mas que sentirme contenta de poder decir que simplemente diferentes a las demás.   Pero, al fin supe que había "allá afuera". Habían fiestas, drogas, cigarros y alcohol en exceso. Había sexo, personas alegres, viviendo su vida, sin nadie a quien responder. Encontré infidelidad, mentiras, sarcasmo, orgullo, amor al dinero... Había "libertad". Y la probé- No toda, pero la probé.

Empecé a entrar en ese mundo del cual, años después, moría por salir desesperada.

Y pasaron los años, y conocí mas personas. Me sentía culpable, pero ya era tarde. No había vuelta atrás. Esta sumida en un mundo al que jamás pensé pertenecer. Era divertido en momentos, pero otros, me sentía condenada, triste, desilusionada. Sentí como que no merecía nada. Nada. Me conformé con poco, sufrí mucho, conocí cosas y personas que quisiera borrar, pero no puedo. Era miserable. Completamente miserable.

Un día, después de tanta lucha interna, de sentir que ya no había esperanza, de conocer a demasiadas personas en las que jamás debí creer, de arruinar mi corazón, mi autoestima, de ver tanta tristeza y falsa felicidad a mi alrededor, decidí que YA NO MAS.

Esa tarde hablé con mi sacerdote. Le conté todo. Estuve horas con el. Confesé cada cosa, cada pecado, cada tristeza. Fue como una sesión con psicólogo (aunque nunca he ido supongo que así son las sesiones, donde uno se sienta a llorar y llorar y vaciar la cabeza y el corazón mientras ellos pacientemente escuchan sin comentar, evitando decir algo) y lloré. Lloré como una bebé desesperada. Lloré lo que en años lloré por no ser quien quería ser. Lloré de pena, de vergüenza. Lloré de humildad, de tristeza. Después de horas, de palabras y lágrimas, y escucharle a el, noté algo: esas últimas lágrimas, sabían a esperanza. Esperanza de una vida mejor, esperanza de perdón y de cambio. Esperanza de algún día sentirme como la princesa que quería convertirme de pequeña. Porque los últimos años de mi vida, no habían valido la pena. Para nada.

He cambiado. Todavía no me siento como cuando era joven, pero tengo algo que había perdido: ESPERANZA!

Esperanza de una vida mejor, esperanza de perdón y cambio, esperanza por recibir aquello por lo que años sentí que no merecía, esperanza de sentir Su amor y su cuidado. Esperanza mas aún de algún día conocer a alguien que complete cada parte de mi. Esperanza de encontrar a un hombre bueno, un hombre de Dios que sea capaz de verme y tratarme como a su princesa. Esperanza de tener hijos y formar una hermosa familia que viva correctamente. Porque lo que está afuera ciertamente no vale la pena. 

Los sueños de una princesa han vuelto. Han vuelto y no quieren irse nunca mas. Quieren quedarse y esperar, pacientemente, a que se hagan realidad. 

A.


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